Salvar nuestro planeta se ha convertido en un punto clave en la agenda global. Pero para evitar continuar con la destrucción de la tierra, primero debemos hacernos una pregunta más profunda. ¿Para qué nos fue dada la vida?
*Rav Dr. Michael Laitman
Millones de personas mueren de hambre en los países del Tercer Mundo y miles de millones más no tienen suficiente comida, o al menos, agua potable. Sus vidas son mucho más difíciles que las de los habitantes de las naciones occidentales, por lo que en muchos casos es un verdadero prodigio que puedan salir adelante.
En los países occidentales, las personas no sufren de estos males. Por regla general están saludables, económicamente estables y con un futuro casi asegurado. Pero ellos tienen sus propios problemas, empezando por la depresión. A pesar del elevado nivel de vida, la depresión es la enfermedad que con mayor rapidez se extiende en el Primer Mundo.
De acuerdo a un boletín oficial del Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH) de Estados Unidos, “Los desórdenes depresivos provocan que una persona se sienta exhausta, sin valor, indefensa, y desesperada. Estos pensamientos y sentimientos negativos traen como consecuencia que la gente quiera rendirse”. De hecho, los preocupantes índices de suicidios en el mundo occidental son la prueba de que más y más personas están dándose por vencidas, pese a que aparentemente lo tengan todo.
Si comparáramos las vidas de los habitantes del Primer Mundo con las de aquellos que viven en los países en desarrollo, esperaríamos lo contrario: que quienes viven en el Occidente tratarían de sacar el mayor provecho de las oportunidades que se les brindan, mientras que los de los países más pobres estarían sumidos en la desesperación. ¿No es extraño que una vez que lo tenemos todo, lo tiremos por la borda, incluyendo nuestras vidas?
¿De quién es mi vida?
Para comprender esta aparente paradoja necesitamos tener una perspectiva más amplia. El hecho es que hoy en día, todos somos interdependientes. Para salvar nuestras vidas y las de los niños es indispensable cooperar. Sin embargo, no tendremos el deseo de cooperar a menos que sepamos para qué. Necesitamos comprender la razón de nuestra existencia, el significado de nuestras vidas, y de este conocimiento extraer la motivación para realizar acciones globales positivas.
Según la sabiduría de la Cabalá, nuestra interdependencia proviene del concepto de “unicidad”, del hecho que no sólo somos interdependientes sino que todos conformamos una entidad. Nuestros rostros pueden parecer distintos, pero bajo la piel somos muy parecidos. Si no fuéramos tan similares, la medicina moderna no hubiera podido existir.
Entre más penetramos en la materia, más semejantes se hacen los elementos. Así, si se analizan las partículas que constituyen cada átomo, se encontrarán sólo dos elementos básicos, el núcleo y los electrones que lo rodean. Los fundamentos más básicos de toda forma de vida son los mismos. Y no sólo son los mismos, sino que constantemente intercambian sus elementos, electrones, por lo que los físicos contemporáneos dicen que en el nivel más fundamental de la naturaleza, todos somos literalmente uno. Si comprendemos eso, veremos que entender el significado de nuestras vidas así como lograr bienestar, no es tanto una cuestión de lo que hago para mí mismo, sino qué tanto interactúo con el resto del mundo y para toda la humanidad.
El significado de la vida
El concepto de unicidad fue descubierto por los antiguos cabalistas hace unos cinco mil años, pero es hoy en día un hecho científicamente comprobado. Este concepto nos dice que el propósito de la vida no es una cuestión personal, sino una percepción “panorámica”, amplia, de todo lo que existe. Según la sabiduría de
Para discernir el significado de la vida, tenemos que lograr tal sensación del universo que no habrá diferencia entre la vida y la muerte, y la existencia como entidades físicas o espirituales. Si pudiéramos vivir libremente en todas las dimensiones, terrenales y espirituales, y no tan sólo en nuestra presente percepción, sabríamos que verdaderamente somos eternos.
En tal estado mental, la vida de uno se hace tan importante como la del otro. No puede existir animosidad entre la gente, porque somos uno solo. La rivalidad será comparable a un riñón intentando dominar al hígado. En tal estado de existencia cada persona logra semejanza con Dios, totalmente responsable de la realidad completa y totalmente consciente de todo lo que ocurre dentro de ella, en cualquier lugar y en cualquier momento.
De hecho,
* El Rav Dr. Michael Laitman es máster en cibernética, doctor en filosofía y Cabalá, profesor de ontología y teoría del conocimiento. Es fundador y presidente de Bnei Baruj y del Instituto ARI, en Israel. Más información en www.kabbalah.info y www.kab.tv/spa